domingo, 30 de octubre de 2011

Halloblogween 2011: Xólotl

En Xólotl anochece con dificultad. La oscuridad deja fríos los huesos y se siente, incluso, al respirar. El viento se ha escondido bajo las hojas de los álamos y de los encinos y, en su lugar, un olor tremebundo ha comenzado a escaparse de las casas, impregnando las esquinas y la vía central. Hay un sigilo circunspecto que parece haberse apoderado del pueblo; un secreto pesado en el aire que todos saben, pero que nadie está dispuesto a discutir.

Antes de que den las doce en punto, la mitad de los habitantes, los que aún siguen ahí, se dirige a las afueras del pueblo; llevan a cuestas un par de valijas descompuestas y tres siglos de mala suerte. El último, el que se ha quedado rezagado, lleva además un hachón en la mano, que arroja hacia uno de los techos antes de comenzar a caminar. A lo lejos, las luces fulgurantes de las llamas se reflejan sobre sus cuerpos expectantes, mientras un grito desgarrado se consume en la oscuridad.

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Otros relatos escalofriantes en el blog de Teresa.

jueves, 25 de agosto de 2011

Este jueves un relato: Los ciegos también escriben


Doxa

A veces, dice, cree que aún puede ver; que si se concentra por un rato, tras la oscuridad de sus párpados, y cierra los ojos con fuerza antes de dormir, todo dejará de ser luz y sombras y el mundo será menos gris. O no.
Es como si se encontrara asintiendo desganadamente a ese monólogo aburrido que la gente demasiado optimista le repite todo el tiempo. Todo es cuestión de perspectiva. Y la suya, es un afán perdido entre la pupila y el nervio óptico.
Detenido entre ayer y hoy, sus ojos desenfocados se deslizan por la confusión de la mañana o el sinsabor velado de la tarde. Es igual. Su ritmo circadiano se ha perdido por completo.
Tal vez, algún día, consiga dejar de sentarse en silencio frente al televisor, como si esperara que sucediera algo de un momento a otro. Tal vez, algún día se convierta en otra alegoría.

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Más escritos a ciegas en el blog de Gus.

jueves, 18 de agosto de 2011

Vitae


Roma ya no era una selva. Ni tibia, ni tranquila. Ya nadie podía esconderse.
De los tres mil euros que estaban por acumularse en el fondo de la fuente ese día, dos habían salido pesimistas de un bolso roído que tenía aspecto de haber sido descartado y remendado más de una vez. Igual que ella. Tal vez, en otros tiempos, o incluso, de haber vivido otra vida, habría sido algo más que una figurilla difusa mirándose los pies.
Los dedos entumidos, el calzado húmedo, la consciencia diluida.
Jamás llegó a sentirse como Sylvia o Anita Ekberg. Él nunca se llamó Marcello.

- Que se joda Fellini.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Este jueves un relato: Lo que esconden las palabras



Artilugio de navegación

Dentro de la botella, cabía un océano y siete mares diluidos. Entre palabras turbias y frases desvanecidas, sólo podía adivinarse una despedida. La última línea, un misterio desmesurado para la meteorología, permanecía incólume y definitiva; ni siquiera el tiempo, contramaestre de una tripulación de derroteros inmersos en bajofondos, había conseguido disminuirla.

‘Al fin somos libres.’
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Más palabras en el blog de Juan Carlos.