sábado, 6 de octubre de 2007

Decaimiento radioactivo

Llevaba un libro de Jodorowsky bajo el ala y en el pico un ideal más que excentrino que lo impelía a arrastrar sus pasos hacia adelante. Y sólo cuando se hizo presente el atomismo multipersonal a su alrededor, se permitió instalarse entre un subliterata desinteresado y un hippie pseudo - intelectual, con los que compartió un breve momento empático - estirando el cuello en ambas direcciones - que luego olvidaría para siempre.
Unos pasos más allá, y a un desnivel de superioridad, la conferencia había comenzado. Un micrófono, con su hombre respectivo, explicaba todo en cortes lentos y, de tanto en tanto, miraba de refilón el monitor enorme que tenía detrás.
Una alarma autómata se disparó en su cerebro de pájaro, receptivo - cognitivo, receptivo - cognitivo; y después de quince minutos de núcleos radiactivos y radiaciones alfa, sólo había comprendido (además de artículos, pronombres, conjunciones y un par de verbos) que en esencia iban a presenciar un acto memorable y sin precedentes: "decaimiento radioactivo de Uranio - 238".
Jodorowsky resbaló unos centímetros por debajo de su ala, mientras se decantaba por largarse y se quedaba irremediablemente plantado entre el desinteresado y el pseudo - intelectual. Alguien incluso, comenzó una cuenta regresiva a lo lejos, a la que algunos - y no pocos - se unieron a voces llegado el momento.
La emoción creció, cuando el cuerpo científico que andaba de un lado a otro dentro del monitor, se reunía sonriente en el centro, y el hombre de la conferencia dejaba en claro que estaba por suceder. Enardecidos, algunos contaron. Otros se pusieron gafas de sol. Un grupo, incluso, agitaba banderines. Y algún otro, soltaba silvidos sordos extraviados por el ruido.
Movido por un sentimiento casi condescendiente, el conferencista se unió a la cuenta. Y en el "tres, dos,...,uno", incluso el pico hizo el amago de abrirse contagiado. La cuenta llegó a cero. Y por mucho que esperaron, sólo el aplauso incomprensible proveniente del monitor hizo reaccionar a la multitud, que solidaria se unió a ovacionar a la nada por no parecer del todo desconcertada.
Como parte de un contrato sobre entendido, la multitud se dispersó y no preguntó. El subliterata desapareció con su desinterés habitual (el hippie se había ido desde hace tiempo). Él negó vehemente con la cabeza de pájaro: 14.500 años después, tal vez podría repetirse, y sólo entonces consideraría volver a meterse a Jodorowsky bajo el brazo para que lo acompañara, nuevamente, al "decaimiento radioactivo".