jueves, 11 de septiembre de 2008

Un caso común de allanamiento


El médico dijo que estaba mal. Pero aseguró, que de no haber sido por una buena coordinación del sistema inmunológico y del digestivo, el resultado habría sido aún peor. Al final, el palpitar se había detenido.
Lejos de tomarse un descanzo, los múgridos se pusieron a recorrer la habitación, caminando con pequeños pasos entretejidos, que parecían trazar un camino complicado sobre las lozas del piso. Si se paseaban por la cocina, conteniendo la respiración, incluso podían fingir que nada había sucedido; que podían vivir tranquilos y ser libres. Pero a medida que sus pies los conducían al eje central del corredor, el eco irremisible del vacío podía sentirse en los oídos como un zumbido circunspecto, atrapado en el aire.
Los múgridos no lloraron. Ni siquiera juraron cobrar venganza.
Como únicos testigos, los legajos de papel y ritos menos importantes hechos girones, evidenciaban desde el piso, la lamentable condición que había producido el allanamiento. Posar los ojos sobre ellos, era como un reconocer aquiescenciente. Era aceptar que aunque les habían robado, les habían dejado, en cambio, la escencia vagabunda de la pérdida.

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